Hace justo un año que yo estaba sentada ahí. Sentada en frente de un
escenario donde dos personas presentaban nuestra graduación. Los nervios estaban
a flor de piel. Era un día muy bonito, para vivirlo en compañía de esas
personas que habían formado parte de tu vida desde hacía mucho tiempo, en mi
caso 15 años; pero también fue un día algo “triste” por llamarlo de alguna forma
porque se acababa una etapa de nuestra vida para dejar paso a otra.
El viernes cambiamos las tornas. Entonces era yo la que estaba
enfrente de unas 200 personas presentando lo que lo que había vivido el año
pasado. Los nervios eran los mismos pero, en realidad, todo era diferente. Al
principio, quizá no te das cuenta de lo importante que pueden ser para ti
algunos detalles del día a día; pero un año después, sentí nostalgia de todo
aquello y emoción, mucha emoción. La vida universitaria es muy diferente a la
escolar. El viernes me di cuenta de que echo más de menos de lo que pensaba mi
etapa con esa gran familia llamada Lleó XIII.
A pesar de todo hoy puedo decir que me siento muy afortunada por haber
pasado tanto tiempo ahí y por seguir formando parte del centro, a día de hoy,
como profesora de repaso.
En Lleó XIII las cosas se viven intensamente. Surge un cariño y una
amistad que no surge en todas partes. Podría decir que es algo especial y
sobretodo ÚNICO.
Y ese es el motivo por el que da tanta pena irse... Pero aún así es
solo una etapa, un día a día nuevo pero con una particularidad: a pesar de no
tener clases con ellos y no pasar el mismo tiempo que antes ahí, sabes que la
gente del centro está contigo y sigue a tu lado para todo.
Solamente tengo palabras de agradecimiento para todas y cada una de
las personas que han formado parte de esa etapa y con las que me reencontré el
viernes en unas condiciones más cercanas sintiendo como siempre, que todo lo
que se hace desde este centro, sale del corazón.
GRACIAS!
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